JUEGO LIMPIO

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 Viñeta de Forges

Esta semana asistí a un acto público que se desarrollaba en un salón de actos.  Las puertas se abrían a las siete y media y a las siete el público se agolpaba a la puerta con nerviosismo por entrar.  A algunas personas mayores que aguantaban mal la espera se les permitió la entrada según llegaban, el resto nos amontonábamos ante la puerta esperando el momento de meter codo para llegar al ansiado lugar.   Cuando las puertas se abrieron nos echamos todos a una contra la entrada, los que habían llegado más tarde aprovecharon los laterales para mejorar la posición y así se formó el típico tapón que ralentiza el acceso al interior.  Una vez dentro la situación no mejora mucho en cuanto a urbanidad, todos queremos el mejor sitio y si somos cinco queremos estar juntos.
En todo grupo hay un espabilado que llega primero y ese es el encargado de “guardar”el sitio a sus familiares o amigos.  En este acto al que asistí la cosa fue un paso más allá, una de las señoras mayores que había entrado primero bloqueaba la entrada a una fila de pie con sus muletas, lo hacía con brío echando con gestos a las personas que intentaban sentarse en dicha fila introduciéndose por el otro lado.  La cosa no termina ahí, y es que después del acto se nos invitaba a ciertas personas y dos acompañante a una recepción.  La invitación era clara en este aspecto: “sólo dos acompañantes por persona”.  Yo tengo la sana costumbre de seguir las normas porque me parece que si están ahí por algo es.  Dado que acudía al acto con más de dos personas me vi en la tesitura de escoger, así es la vida.  Una vez en la recepción pude comprobar que otros como yo no se habían tomado la molestia en escoger qué dos acompañantes llevar porque sencillamente acudieron con tres o cuatro personas más.  Entre los que llevaban a más invitados había políticos, como no, e incluso organizadores del evento.  Lo políticos ya han demostrado sobradamente en España que la legalidad no va con ellos.  El  que los propios organizadores del evento se salten la norma me hace pensar en cómo vamos a hacer respetar las normas si los que las imponemos no las cumplimos, si no somos capaces de dar ejemplo.  
Somos el país inventor de la picaresca, los pícaros fueron hace muchos siglos descubiertos en España y esos mismos pícaros siguen entre nosotros.  ¿Qué es un pícaro? Pues el que se sale siempre con la suya utilizando todas las trampas que están en su mano; es ese que no duda en saltarse las normas en pos de su beneficio; es aquel que no respeta los derechos de los demás porque dicho respeto supondría renunciar a una mayor recompensa.  Pícaros hay muchos en nuestro país, es un oficio viejo y muy perfeccionado que probablemente se lleve en la sangre.  Hay pícaros en la política, en el trabajo, en la familia, en los negocios, en las tiendas...  España es un país agotador en este aspecto, hagas lo que hagas te ves avocado a adelantarte a la picardía que alguno te está preparando, debes estar siempre en guardia esperando el engaño, siempre en tensión.  Hace años que al sacar una entrada aprendí a preguntar ¿son numeradas? Para a continuación sentir una enorme tranquilidad si la respuesta era afirmativa porque en España somos poco dados a formar una fila cuando esperamos.  Siempre me ha llamado la atención como en Inglaterra la gente se va colocando ordenadamente en fila según van llegando. Los ingleses son partícipes de respetar al que llega primero, los españoles somos más de empujón.  Un inglés te roza por la calle y te pide perdón porque su respeto por el otro es infinito.  Y esto se puede comprobar en una ciudad como Londres donde ingleses de toda la vida hay muy pocos, mientras que habitantes de mil razas se cruzan por las calles.  El respeto por el otro flota en el aire y se contagia como una enfermedad.  Al contrario de lo que ocurre en España donde parecemos una tierra sin ley en la que el más admirado es el que mejor sabe meter codo o buscar una argucia para pasar por delante de los demás.  En ocasiones he oído llamar a este tipo de personas competitivas, creo que es una competitividad mal entendida.  La competencia debe ser un juego limpio, también en esto deberíamos aprender de los ingleses, dejando al margen el futbol que según me dicen los entendidos no existe nacionalidad que juegue limpiamente.
Siento decepcionar al final de mi relato y tengo que decir que en ocasiones la falta de civismo y de consideración de otros hace que se revuelva algo dentro de mí y que, al igual que el pícaro más famoso de nuestra literatura el Lazarillo de Tormes, no dude en empujar a una vieja con muletas para conseguir que el orden se restablezca y que si hay una butaca libre ante mi es porque yo llegué primero que otro y por lo tanto puedo ejercer mi derecho a sentarme y que si a mí me acompañan cinco personas y llegan más tarde deberán sentarse en las butacas que queden libres cerca o lejos de mí.  Y así fue.