¿NOS GUSTA EL RUIDO?



Un grupo de restauradores concienciados con la molestia que supone comer con ruido han comenzado una iniciativa para que se pueda disfrutar de un buen plato en el mayor silencio posible, o por lo menos pudiendo oír lo que comenta el vecino de mesa.  Con ello quieren evitar lo que se conoce como “efecto café”, producido por la reverberación del sonido en un espacio cerrado.  Según estos empresarios concienciados con la contaminación acústica el roce de platos, pisadas, conversaciones, etc. hacen que los comensales tengan que elevar el tono de voz y así el confort acústico del restaurante disminuye.

El hacerse mayor tiene algunos inconvenientes y uno de ellos es que te vas haciendo más maniático.  A mi el ruido me enferma.  El aire acondicionado de la oficina me recuerda a los motores de un avión al despegar, el entrar en un bar a tomar un café y encontrarme con la televisión a todo volumen me supone salir pitando, en la playa procuro alejarme de la gente lo más posible, en casa siempre pido a mis hijas que bajen el volumen de la TV y podría seguir contando todas las rarezas que me hacen huir del ruido.  Me refiero al ruido como ese runrún de fondo cuando me encuentro realizando otra actividad.  Por supuesto si voy a un concierto no me molesta ponerme cerca del escenario y me encanta el sensurround en el cine.  El sensurround o sonido envolvente lo inventaron los estudios Universal en 1970 para mejorar la experiencia del audio en las películas.  La primera película con la que lo probaron fue Terremoto en 1974.  Hasta entonces recuerdo pasarme la sesión de cine chistando a los de atrás para que se callasen porque no se oían los diálogos, una situación incomoda que se incrementaba si te tocaban niños al lado.  Hoy en día puedes estar en una sala de cine llena de gente gritando que tú sigues tan feliz oyendo la película perfectamente. 

Una vez aclarado que el ruido no es la música alta si la pones tú porque te gusta, pero sí lo es si el que sube el volumen es el vecino y estás intentando dormir, leer, estudiar o simplemente estar tranquilo en tu casa, voy a contaros una anecdota.  Hace años a mi marido y a mi nos invitaron a una boda.  Ya nos había pasado la época en la que se casan todos tus amigos y vas de boda en boda, así que podemos decir que nos hizo una cierta ilusión.  Vaya por delante que yo no soy una fanática de las bodas y que tampoco ponía grandes expectativas en el evento.  Era la primera boda civil a la que asistía y tras la ceremonia en el ayuntamiento nos dirigimos al restaurante.  El banquete se celebraba en un sitio especialmente dedicado a bodas y tenía fama de organizar bien estos eventos.  Al llegar se sirvieron los aperitivos en el hall y de fondo sonaban canciones muy marchosas, algo así como los cuarenta principales a toda caña.  Hasta ahí no tenía queja, lo consideré un guiño hacia la joven pareja que se casaba.  A continuación pasamos al comedor y nos sentamos a cenar, la música seguía a toda pastilla y ahí sí que empecé a extrañarme, pensé que se habían dejado el audio puesto sin querer, pero no. Los platos se sucedían y yo era incapaz de hacerme entender en la conversación y tampoco entendía lo que hablaban los demás.  Por fin llegó el momento de la tarta y gracias a Dios las canciones cesaron, para a continuación arrancar la banda sonora de la “La Guerra de las Galaxias” (película favorita de los novios) a todo volumen.  En ese momento ya desistí de comunicarme con mi entorno, miraba atónita a los invitados que no eran precisamente jovencitos intentando encontrar un asombro en sus rostros igual al que yo experimentaba, y nada de eso, o estaban todos sordos o algún fenómeno anormal estaba sucediendo.  Empecé a sentir mareos, pensé en salir afuera, pero era enero y hacía dos grados bajo cero, así que me dirigí al baño intentando escapar de aquella tortura.  Me senté en la taza del baño y cual sería mi sorpresa al comprobar que la música atronaba aún mas que en el comedor, miré hacía arriba y allí estaban, dos enormes bafles escupiendo la dichosa música.  Cogí un taxi y me marché a mi casa.  Al día siguiente los invitados a la boda estaban encantados con el evento y ninguno hizo referencia al “ruido” que había invadido la noche, y digo ruido, porque si intentas comer o hablar, que es lo que se hace en una boda hasta que empieza el baile, todo lo demás sobra.  Espero que estos restauradores que quieren promocionar la iniciativa de locales sin ruido encuentren entre sus clientes a personas que distingan entre oír música y soportar ruido.

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