SER PADRES ANTES Y AHORA



He pensado mucho sobre el motivo que hace que los adolescentes de hoy en día viertan su ira sobre sus padres.  Y no crean que hablo de los adolescentes que salen en ese reality llamado “Hermano mayor” en el que se supone que hay problemas familiares.  ¡Qué va!, hablo de chicos y chicas con padres con estudios, con buenos empleos, sin problemas de dinero, que no están divorciados y que están de acuerdo en la educación que quieren darle a sus hijos.  Y me lo pregunto porque veo como los cabezas de familia actuales se quejan, y llegan a la conclusión, de que en la anterior generación los padres vivieron su relación con los adolescentes muchísimo más relajados de como se vive en la actualidad.  Me sorprendía hace poco una entrevista con un escritor inglés que confesaba no haber tenido hijos porque no podría mejorar lo que habían hecho sus padres.
Pues bien, el origen de la tensión que existe en la actualidad en los hogares con adolescentes es debida a que los padres de hoy en día nos hemos empeñado en vivir la vida de nuestros hijos.  La empezamos a vivir desde la más tierna infancia, cuando vamos a la guardería y la maestra nos cuenta todo lo que ha hecho la criatura mientras no la veíamos.  También vamos a sus cumpleaños con los amiguitos, conocemos a sus padres, disfrutamos de los regalos, de la tarta y cantamos  el cumpleaños feliz.  Vamos a las excursiones del colegio y lo pasamos bomba.  Cuando empiezan a hacer deberes los hacemos con ellos. Nuestra salida del fin de semana consiste en llevarlos al parque infantil a que jueguen mientras charlamos con otras madres y no les quitamos el ojo de encima.  Vamos a tutoría como mínimo dos veces por curso.  Cuando comienzan a salir solos permanecemos en contacto con ellos a través de whatsapp, y lo mismo sucede si van de viaje de estudios.  En definitiva, no nos perdemos nada gracias a los móviles.  Y ¿esto es malo?, pues sí.  Hasta que llega la adolescencia disfrutamos como enanos de esa maravillosa infancia que disfrutan hoy en día los niños, pero cuando esa circunstancia llamada adolescencia aparece, la cosa se complica.  Por desgracia la adolescencia sigue siendo igual de incomoda que era cuando nosotros la pasamos y para colmo de males, la volvemos a vivir.  Y la vivimos porque hemos acostumbrado a nuestros hijos a compartir todas sus experiencias.  Estos jóvenes no tienen vida propia, no saben guardarse sus cabréos, sus rebeldías, en definitiva, sus malos humores.  Y cuando llega ese momento nos preguntamos qué hemos hecho mal.
Nuestros padres se ocuparon de nosotros, pero no se preocuparon por nosotros.  Nos llevaban al colegio y daban por hecho que allí nos cuidaban correctamente sin entrar a valorar.  En cuanto podían nos dejaban ir solos al parque y teníamos que arreglarnos para hacer amistades al margen de que nuestras madres fuesen amigas.  De hecho nuestros padres apenas sabían con quién andábamos por la calle.  Si tenías un problema con un profesor te lo callabas porque sabías que era asunto tuyo, lo mismo que si suspendías un examen.  Claro que tenías claro que debías recuperarlo lo antes posible no fuese que se enterasen en casa. Lo de ir al colegio a tutoría no existía.  Todo ello te conducía hacia una adolescencia en la que tenías ganas de llorar y llorabas a solas, odiabas a los profesores y se lo contabas a tu amigo, te dejaba un chico y se lo contabas a tu amiga o llorabas más a solas.
Los orientadores, psicólogos y pedagogos aconsejan hablar con los hijos, favorecer la comunicación en casa y los padres a cambio nos hemos empeñado en vivir la vida de nuestros hijos, cosa que no es buena ni para ellos ni para nosotros.  Da la impresión de que en la actualidad estamos más compenetrados con nuestros descendientes, parece como si el salto generacional entre padres e hijos se hubiese eliminado.  Esa distancia que había entre nuestros padres y nosotros era buena.   Te hacia entender cual era tu lugar en el mundo cuando tenías 16 años, no eras adulto, como tus padres, porque ellos con cincuenta años estaban en otra onda.  Ahora todos estamos en la misma onda, practicamos los mismos deportes, oímos la misma música, vemos los mismos programas de TV...  La confusión de los adolescentes es monumental, sus padres parecen sus amigos.  Pero la verdad es que los padres siempre serán los padres y nunca pueden ser tus amigos.  Eso que era tan fácil de entender hace 25 años resulta confuso en la actualidad.

Additional information