NEGAR LA REALIDAD



En su artículo semanal Javier Marías nos habla de la infantilización de la sociedad.  Este fenómeno lo observamos en diversas situaciones de la vida, pero donde más me llama la atención es en el entorno de trabajo.  Por infantilización se entiende una actitud similar a la de los niños pequeños en ese juego que consiste en taparse los ojos, como no te ven, ellos creen que tú no los ves a ellos.  La primera vez que juegas, la reacción que te provoca es creer que te están engañando ya que semejante inocencia te parece increíble.
El crecer supone perder esa inocencia y aprender que por mucho que cierres los ojos la realidad permanece ahí.  Sin embargo hay personas que a lo largo de su vida adulta siguen actuando del mismo modo que los infantes que se tapan la cara, se niegan a interactuar con la realidad y de paso presuponen que su comportamiento es invisible para los que les rodean.  Niegan la realidad que les rodea porque resulta una postura cómoda de eludir sus carencias o problemas personales.  Hasta aquí todos podemos haber pasado por una experiencia de negación de la realidad, pero qué pasa cuando estamos trabajando codo con codo con alguien así.  El que un compañero de trabajo viva en su mundo, cerrando los ojos a la realidad en la que vivimos el resto, puede resultar un problema importante para los demás.  Al principio, la reacción de los compañeros es de incredulidad, al igual que los bebés parece imposible que no te esté tomando el pelo.  Una vez que aceptas que no se trata de una farsa te entran ganas de abrirle los ojos, pero el hacerlo no resulta fácil, el que se engaña lo hace a conciencia y desengañarlo sería como decirle a tu hijo que por mucho que se tape los ojos tú sí que lo ves, una crueldad que nadie se ha atrevido a ejecutar.  La gran diferencia es que el niño que se engaña lo hará por poco tiempo y, en cambio, el adulto continuará haciéndolo de por vida porque le resulta una situación muy cómoda para él.  Cómoda para él e insufrible para el resto, que deben cubrir las apariencias como si todo funcionase a la perfección, cosa del todo imposible con un compañero de trabajo que prefiere negar tozudamente la realidad antes que reconocer que la vida no es fácil, el trabajo requiere esfuerzo y dedicación, todos tenemos carencias afectivas o materiales y sin embargo debemos levantarnos cada mañana y cumplir con nuestras obligaciones de la mejor forma posible.  A todos nos gustaría volver de vez en cuando a esa época maravillosa que es la infancia en la que haces casi todo el tiempo lo que te place y sin responsabilidades, la vida es un juego y tú eres el rey de la casa.  Ser adulto supone interaccionar con la realidad que no siempre es como a nosotros nos gustaría.  La tarea hay que desarrollarla con profesionalidad y no banalizar el trabajo.  Por sencillo que sea todos los trabajos necesitan de concentración, de planificación de objetivos y de consecución de metas, y esto debe hacerse con la mente de un adulto.  Un niño cree que las cosas suceden por arte de magia y si no suceden ya vendrán papá o mamá a hacer que sucedan, pero la magia en el trabajo no existe, sólo existe el esfuerzo, la perseverancia y la voluntad.  Lo que tú no haces lo deben hacer otros. A aquellos que se esconden de esta realidad tengo que decirles que resultan egoístas y sumamente injustos para sus compañeros.
Creo que todos coincidimos al pensar que en el hogar no existe nada más estimulante que la presencia de un niño, pero en el trabajo resulta deseable rodearse de adultos.  Si tiene algún compañero de trabajo que cree que su comportamiento es invisible háganle y háganse un favor, aparte sus manos de los ojos y explíquenle que el juego ha terminado, que interaccione con la realidad que le rodea y que intente salir lo mejor parado de ella, que es el único juego al que podemos y debemos jugar todos nosotros. 

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