DESCANSE EN PAZ

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Esquela de L. G. Cereceda publicada en El País

Aquí en el norte empezamos el año con la epidemia de gripe golpeando duramente.  Los hospitales están a rebosar y como siempre los más afectados son los más débiles, niños y ancianos.  Aunque en principio la gripe no es mortal, sus posibles complicaciones hacen que las páginas de los periódicos se llenen de esquelas.  Yo tenía una amiga que coleccionaba esquelas, también iba vestida de negro por lo que suponíamos pasaba por una fase gótica, sin embargo, con los años supe que no era la única coleccionista de esquelas ya que Camilo José Cela también lo hacía, su motivo eran las curiosidades que aparecían en ellas.
En principio una esquela debería ser un relación de parientes del muerto y por eso no entendía que curiosidades podía encontrar este escritor en ellas, nunca se me había ocurrido leerlas pero empecé a hacerlo para encontrar una explicación a semejante afición.  Efectivamente las esquelas resultaron desde entonces una fuente inagotable de sorpresas.  Desde un señor de noventa años en cuya esquela figuraba su muñeca de trapo hasta los apodos más curiosos, pasando por muy diversas pistas sobre la vida y muerte del difunto.  Quizás sean esos trazos que nos sugieren algo sobre el fallecido sin llegar a ser explícitos lo que nos pica la curiosidad y nos hace pensar en alguien que ni siquiera conocemos.  Y no digamos ya la guerra de esquelas que se abrió en la familia del difunto Luis García Cereceda, millonario, amigo de Felipe González y constructor de la urbanización La Finca en Madrid, donde viven muchos futbolistas y otros famosillos.  Como muestra os pongo arriba una de las esquelas publicadas por miembros de su familia en la que no sólo nos dan una pista de cómo era el difunto sino también de cómo son los que le sobreviven.

Y aunque involuntariamente me he puesto a hablar de esquelas, lo que yo quería era hablar de la muerte.  Ya duermas en una cama con dosel de dos metros o en un jergón tirado en el suelo la muerte te llega de igual modo, eso nos iguala a todos.  Como digo, estos días han aumentado los fallecimientos, pero sobre todo de personas de más de ochenta años.  Mi madre que ha cumplido ya los ochenta años se empeña en decir que esas personas son aún jóvenes, pero yo no lo creo.  Con más de ochenta años ya has vivido mucho, has disfrutado mucho y, a veces, has sufrido mucho.  Al final eso es lo que importa, el balance que puedas hacer.  Si a un octogenario le oyes decir: “Yo he tenido una buena vida”, sabes que se puede ir tranquilo, ha vivido y bien.  En estos casos la tristeza que inevitablemente produce la muerte no es comparable a la que sentimos cuando una persona joven nos abandona.  Es cierto que nadie quiere morirse, porque como dijo Rafael Alberti: "¡Qué rápido se me ha pasado!" Y eso que él ya tenía más de noventa años cuando se murió.  La vida pasa rápido por mucho que vivas, por eso debería ser una obligación vivir a tope hasta el fin y he ahí una de las paradojas de la vida, hay personas que siguen viviendo sin vivir.  Porque vivir es disfrutar.  ¿De qué sirve estar vivo si no puedes disfrutar?  Las formas de disfrute son infinitas, quizás no puedas caminar pero puedes leer, quizás no puedas oír música pero sí degustar una buen comida...  Es indudable que hay tantas posibilidades como personas en el mundo, y a veces es uno mismo el que se ve obligado a renunciar a algo que le gusta y debe entonces buscar otra opción que llene ese hueco.  Lo malo es cuando todo te es indiferente, generalmente debido a esa enfermedad terrible llamada Alzheimer, pero no sólo, hay personas que son incapaces de disfrutar de lo que la vida les ha dado, sólo tienen que estirar la mano y cogerlo, y aún así, ves como no hay nada que les haga disfrutar, no es una enfermedad, es una desgracia.  Cuando pienso en este tipo de gente y pienso en los miles de refugiados, muchos de los cuales tendrían una tendencia innata hacia la felicidad que las circunstancias les ha arrebatado, pienso en lo injusta que es la vida.  Por eso debemos obligarnos a disfrutar cada día como si fuese el último, porque como dice Woody Allen, algún día acertarás.