País de pícaros

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El último caballero que hubo en España fue Don Quijote.  España que era un país de caballeros se ha convertido en un país de pícaros.  Es Javier Cercas el que hace esta afirmación en su artículo de Ell País Semanal.  La definición que hace de los pícaros, los cuales abundan en nuestra geografía me abruma: “El pícaro ni puede ni quiere debatir sobre ideas, a él no le interesa la verdad o la falsedad, la justicia o la injusticia; lo único que le interesa es la propia supervivencia, al pícaro colocar la verdad o la justicia por encima de su beneficio personal le parece ridículo”.
Y ¿dónde creen ustedes que se colocan estos pícaros? Su lugar idóneo son los puestos de decisión de la Administración, porque el pícaro no trabaja, el pícaro sobrevive a costa del interés de los demás.  En estos puestos se mueven como pez en el agua, ya que a ellos se suele acceder tras la afiliación a un partido político o sindicato que les acoge y ayuda a encaramarse, y para eso nada como ser un pícaro.  Porque ¿a quién? si no es a un auténtico pícaro se le iba ocurrir que es buena idea tener un sueldo mejor por tomar decisiones que nos benefician a todos y en cambio ocuparse solo de mantenerse en dicho puesto cuanto más tiempo mejor y, en muchas ocasiones, a costa de no tomar ninguna decisión, ya que su ausencia de talento para ello resulta evidente.  “Tranquilidad” solicita el pícaro a sus subordinados, agitando los brazos en el aire, ante cualquier eventualidad que surja.  Por supuesto que hay que estar tranquilos, el pícaro ya tiene sus intereses bien protegidos, por lo tanto, no hay que preocuparse si los plazos no se cumplen, si la organización del trabajo es caótica, si no se atiende bien a la población…  A fin de cuentas ¿qué importa si se es o no justo?
Resulta casi fútil hablar de un solo pícaro, ¡hay tantos!  Como ejemplo vaya el caso que hemos conocido en las semanas previas del rector de la Universidad Rey Juan Carlos.  Se supone que un rector dirige una Universidad, es un trabajo de responsabilidad máxima, en su mano está la formación de cientos de jóvenes que buscan un porvenir.  Este pícaro de libro, a lo que se dedicaba era con dinero público a pagar a “negros” que le escribiesen artículos en revistas para así engordar su expediente.  A más de uno que yo conozco se le habrá ocurrido al enterarse: ¡cómo no se me habría ocurrido a mí!  Así es, hay muchos y todos están cortados por el mismo patrón.  Todos estrujan al sistema delante de nuestros ojos.  Porque los que trabajamos codo con codo con ellos los vemos actuar y no los denunciamos.  Esta es la ventaja con la que cuentan en España los pícaros profesionales: el temperamento español se caracteriza por el aguante de todos los atropellos, habidos y por haber, sin inmutarnos.  Un inglés o un finlandés ve a un compatriota tirar un papel al suelo y le increpa para que no ensucie lo que considera que es también suyo: la calle.  Los españoles tratamos lo público como si no fuese de nadie y por eso llega el pícaro de turno y lo coge como si fuese suyo.  Claro que como dice Cercas el pícaro en lo público no va a ejercer justicia, solo va a buscar su beneficio personal a nuestra costa.
Don Quijote era un caballero y acabó loco de remate, así acabaremos todos los que aún tenemos ideales, talento desaprovechado y vocación de servicio a los demás, viendo como el pícaro de turno esboza una sonrisa zorruna en la comisura de sus labios mientras calcula cómo llevar a cabo su próxima picardía.