NO TE QUEJES

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Leo esta semana que cuando la escritora Carmen Martín Gaite perdió a su hijo de 6 meses supo que a partir de entonces pocas cosas tendrían realmente importancia.  También la escritora Isabel Allende perdió a su hija Paula en dramáticas circunstancias debido a un error médico.  Isabel se separó recientemente del que fue su marido durante 28 años y protagonista de algunos de sus libros.  A sus 75 años, tras su separación, recibió múltiples condolencias por lo que la gente cree que es un drama:  quedarse sola a una edad avanzada; sin embargo, ella explica en una entrevista, que tras la pérdida de su hija, acontecida hace ya mucho tiempo, esta situación le merece solamente un 10% de preocupación.
En ambos casos se trata de dos mujeres inteligentes que han aprendido a relativizar lo que es importante y lo que no lo es.  No me canso de repetir que la inteligencia no solo es útil a la hora de desarrollar un trabajo, el haber sido bendecido con el don de la sabiduría tiene otras muchas ventajas.  Y digo esto, porque observo como personas que han pasado por situaciones realmente dramáticas continúan su existencia quejándose día tras día por las mayores nimiedades y preocupándose inútilmente ante situaciones irrelevantes.  Incluso aunque no se haya pasado por situaciones tan dramáticas como la muerte de un hijo, se debe aprender a relativizar.  No hace falta vivir en propia carne el sufrimiento para reconocer las situaciones que lo producen.  Oímos a todas horas historias terribles de refugiados, guerras, asesinatos, maltratos… ¡cómo para no enterarnos de lo que es importante y lo que no lo es tanto!  Alguien que escuche las noticias o lea un periódico no puede montar un pollo porque la máquina del café no le dé la vuelta.  Es un insulto. Cualquiera que haya engordado unos kilos no puede estar toda la mañana quejándose de sus michelines.  Es una afrenta.  Y podría seguir poniendo ejemplos sin parar, porque si hay algo que le gusta a la gente es quejarse, por todo, por nada, pero eso sí, quejarse. 

Pero hay algo más que la mayoría de las personas no saben y es que lo que decimos influye en nuestro estado de ánimo.  Así es, la secuencia de acontecimientos no es:  me siento mal por algo y por eso me quejo, lo que sucede es:  me quejo una y otra vez y eso hace que me sienta infeliz.  Por eso piensa dos veces cuando vayas a quejarte por algo que te molesta si no quieres convertirte en un desgraciado y, de paso, amargar a los que están a tu lado.