PSICOSIS

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No soy muy fan de la fruta y por eso no suelo ir a comprarla, si puedo le dejo a otro la tarea de elegir el kiwi perfecto. No siempre me puedo librar del marrón y este fin de semana me tocó ir a la frutería. Por lo general me gusta ir a la Plaza de Abastos a comprar, allí hay buena gente que te asesora en todo lo referente a carne, pescado y demás, cada uno en su especialidad, y es que especializarse siempre te lleva a la excelencia.
Por desgracia el sábado por la mañana me entretuve en otros menesteres y dado que la Plaza cierra a una hora razonable para que sus trabajadores puedan tener vida, no me quedó más remedio que ir a uno de esos Centros Comerciales que permanecen abiertos a todas horas.  Aquí ya se me planteó un problema y es que no hay quien te asesore en la elección del género, por eso me encontraba mirando fijamente unos plátanos pochos ("Compra los plátanos verdes" me había dicho mi media naranja) cuando una pareja de unos setenta años se puso a mi lado a coger fruta.  “Saca la calculadora, Pepe”, le dijo ella a él.  Yo también he hecho alguna vez una receta en la que se necesitan 225 gramos de naranja, o sea que no me extrañó mucho la petición.  Sin embargo, a continuación, no pude evitar observar con curiosidad el extraño comportamiento de aquella pareja.  Pepe permanecía de pié con la calculadora en la mano al lado de la báscula que había al final del pasillo y su esposa acudía hacía dicha báscula con una pieza de fruta cada vez.  Cuando depositaba la pieza de fruta en la báscula preguntaba: “¿Cuánto Pepe?” y Pepe calculaba el coste de ir añadiendo cada vez una pieza de fruta.  Este proceso tuvo lugar con las patatas, los limones, los kiwis, los tomates...  Yo por mi parte seguía plantada delante de los plátanos sin poder quitar ojo a la pareja.  En contra de lo que se pueda pensar, este matrimonio iba vestido con ropa cara, por la forma de hablar se veía que era gente con un cierto nivel de educación, ella llevaba el pelo perfectamente arreglado de peluquería y usaba unas gafas de diseño.  Con todo esto quiero hacer ver que efectivamente puede haber gente comprando a nuestro lado a los que poner en la bolsa una manzana más o menos pueda desestabilizar el presupuesto del mes, pero no parecía el caso de esta extraña pareja.  Debo reconocer que después de mucho observarlos, Pepe parecía más bien resignado, mientras que su mujer desbordaba entusiasmo en la realización de aquellos estrambóticos cálculos.  

Esta situación me ha hecho pensar en la desgracia de aquellos que conviven con personas cuyas manías personales han llegado a normalizarse en sus vidas.  Me imagino cómo será para Pepe vivir con una mujer que ha hecho de la compra de la fruta una tarea de precisión matemática.  Todos tenemos manías y mientras las sufres individualmente no haces daño a nadie, el problema surge cuando crees que puedes imponer a las personas que te rodean esas manías.  En ese momento tu problema ya es de envergadura, necesitas ayuda de un terapeuta, cosa que no sueles descubrir por ti mismo.  Por regla general los que rodean a estos enfermos mentales les siguen la corriente y se encogen de hombros con un: “Es que él o ella es así”.  Dichoso el que se ve en esta situación y encuentra a otra persona que le coja de la mano y le diga: “Sí, es así, pero tú no tienes por que vivir en esa cárcel en la que él o ella se ha metido y, de paso, te ha metido a ti.  Sal corriendo antes de que tú también acabes con una enfermedad mental”.
Y que quede claro que con esta historia no quiero justificar el hecho de mi llegada a casa con unos kiwis pochos, sin los dátiles y con unos plátanos ecológicos por los que me cobraron 3 € el Kg.