SOLO ES UN INCOMPETENTE

                                  

"Llega de los primeros y se va de los últimos. Siempre parece estar atareadísimo, gesticula y suele lamentarse de la enorme carga de trabajo que soporta y de la poca ayuda que recibe. Deambula por la oficina con paso nervioso y un manojo de papeles bajo el brazo, y oyéndole hablar, se diría que el futuro de la empresa recae exclusivamente sobre sus hombros. Y así se lo contará con todo lujo de detalles, a quien quiera escucharle durante las muchas pausas para fumar o tomar un café a lo largo del día. Eso sí, en cuestión de productividad, sus números dejan bastante que desear."
Lo anterior lo escribe Ramón Oliver en el suplemento dominical Negocios, pero lo podríamos haber contado muchos de los españoles que a diario trabajamos en una oficina. Las oficinas son un ecosistema propicio para este especimen, porque con eso de que hago una llamada, leo los correos electrónicos o tengo una reunión, siempre existe una buena excusa para escaquearse del trabajo auténtico. Algo que también caracteriza al presentista es que nunca hace lo que le toca, para eso están sus compañeros que tienen que asumir una carga de trabajo adicional que no les corresponde.
El problema es de España como ya señalé con cifras en otra ocasión (ver Recursos Humanos-Presentismo) pero también es de organizaciones concretas.  Existen casos perdidos y son aquellos para los que su vida es el trabajo, que es donde son felices, y para los que estar con su familia dos horas en la playa es agotador. Estos son casos puntuales. El verdadero problema surge cuando es la propia organización la que promueve el presentismo como un modelo a seguir y crea con ello un sistema de trabajo donde impera la ley del mínimo esfuerzo. Hay que tener en cuenta que previamente ha habido unos factores desencadenantes (exceso de carga de trabajo, falta de recursos...) y que una vez que se dan, si la dirección no cumple con su cometido realizando una adecuada distribución de las tareas de trabajo, el caldo de cultivo para que aparezca el presentista está hecho. Dar zancadas con los papeles bajo el brazo bufando sobre todo lo que hay que hacer sin llegar a hacerlo y permanecer más allá de la hora de finalizar la jornada y seguir sin hacerlo es su manera de proceder. La Dirección que primero fue incapaz de organizar las tareas ve al presentista con buenos ojos. Los jefes son presentistas vocacionales, ellos permanecen en el centro de trabajo, generalmente reunidos, hasta mucho después de que el resto de trabajadores se hayan ido a sus casas. También es cierto que al día siguiente no entran a la misma hora que el resto del personal, se pueden permitir llegar más tarde que para eso son los jefes. Sin embargo el presentista entra puntual a pesar de haberse quedado hasta más tarde y eso, a ojos de sus jefes, le honra. Las consecuencias ya están dichas, más carga de trabajo para el que quiere salir a su hora y, en cambio, al que se va a premiar, probablemente con un ascenso, será al que estuvo escaqueandose, pero eso sí, muchas horas.
Nada de esto pasaría si en España sucediese como en Alemania donde un trabajador que sale más tarde de lo que marca su horario laboral es visto como UN INCOMPETENTE. Como señala Ramón Oliver: “hacer lo que toca en el tiempo que toca es un indicador de que se tienen amplias competencias profesionales”.

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