LA NO-NAVIDAD



Ya están aquí otra vez las Navidades. Estas son unas fiestas familiares que a pocos gustan. Bueno sí, les gustan a los niños y a los que tienen niños en casa les divierte ver cómo disfrutan. Cuando alguien te dice que no le gustan las Navidades suele ser porque en su vida ya hay personas ausentes. Para el que tiene recuerdos de toda la familia reunida entorno a la mesa, con que uno de ellos falte, hace que las fiestas navideñas resulten tristes y nostálgicas. Papá cocinaba tal cosa, mamá adornaba la casa, a la abuela le gustaba el turrón duro, al abuelo el blando…, todos esos recuerdos vienen a nuestra mente con sólo escuchar un villancico, pasear por las calles iluminadas o ver el anuncio de la lotería. Como decía, los que tienen niños ponen empeño y con la ilusión de los más pequeños consiguen por un momento vivir el presente, celebrar con ilusión Nochebuena, Papá Noel, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes. Efectivamente, muchos días de celebración, demasiados. Pero no hay que desesperar, el antropólogo Marc Augé acuñó en su día la teoría del “no-lugar”, esos espacios circunstanciales por los que pasas sin un vínculo afectivo y esa puede ser la solución para salvarnos de la imposición de tanto disfrute. Sólo porque todos lo hacen, porque es una tradición o porque es lo que se espera de nosotros no tenemos que avenirnos a pasar las Navidades en familia. Por qué no aprovechar para relajarse en un no-lugar, sentirse por unos días anónimo rodeado de gente que no te trae recuerdos y con los que no tienes obligación de relacionarte. Puede ser un balneario, una estación de montaña o un hotel en Canarias (no hay nada como el sol para olvidarse de la Navidad). Y tras esa escapada volver a la rutina del nuevo año, y eso sin haber pasado a través de las traumáticas Navidades que siempre nos recuerdan que el tiempo pasa demasiado rápido.

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