¿DÓNDE ESTÁN ESOS VIEJECITOS Y VIEJECITAS ADORABLES?

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Salgo de casa con prisa para coger el autobús, cuando llego a la parada ya está esperando a que suba una señora de unos ochenta años, entro detrás de ella y cuando avanzamos por el pasillo, aún con el vehículo parado, la señora tropieza con su muleta y se cae. Yo me agacho a ayudarla mientras la conductora gira la cabeza para preguntar si se ha hecho daño. La anciana grita como un basilisco que la culpa es de la conductora que ha arrancado sin esperar a que se siente, yo la intento tranquilizar indicándole que todavía estamos parados, a lo que la señora grita a la conductora: “Mejor estabas en casa y dejabas el puesto a un hombre”. Los que estamos alrededor nos quedamos petrificados ante tal exabrupto. Entre todo el lío que se ha montado, llego tarde al centro de salud, voy corriendo hacia el mostrador a preguntar si ya me han llamado y delante de mí un hombre de unos 75 años levanta su paraguas amenazador porque no le pueden dar cita para el día que él quiere. ¡Cómo está la gente esta mañana!, me pregunto si habrá luna llena. Tras salir del médico me dirijo a la farmacia a comprar unas pastillas que me han recetado. En la farmacia hay cola de espera y están a punto de cerrar, me pongo la última y al poco un señor mayor entra y se abre paso a codazos para saltarse la cola, va diciendo por lo bajo que sólo necesita una cosa. La joven que atiende le indica que tiene que esperar su turno y el hombre vuelve para atrás de mala gana murmurando: “Esta juventud no respeta a los mayores, no tiene educación”.