MI HIJO YA ES UNIVERSITARIO

      
Llevamos a Miguel a la Universidad, no había conseguido suficiente nota para quedarse en la Facultad de nuestra ciudad, y tras hacer muchos números decidimos enviarlo a estudiar fuera de nuestra provincia, darle la oportunidad de cursar lo que le hacía tanta ilusión y en lo que él pensaba que podía destacar. Quince días antes comenzamos con todos los preparativos, sólo tiene dieciocho años y se va de casa, hay tantas cosas que no sabe. Fue una suerte que en la residencia de estudiantes se ocupen de la comida y la ropa, si no, fijo que echaba el curso a perder, está acostumbrado a que se lo hagamos todo. Hacía un día fantástico, soleado, caluroso, y eso que es la ciudad de España en la que más llueve. La luz que entraba por la ventana de su habitación daba un toque alegre a aquellos muebles de convento de monjas de clausura, no faltaba ni el crucifijo. Todos los padres dejaban a sus retoños en las habitaciones. Algunos iban tan cargados que parecía que no volviesen nunca más al hogar, la mayor parte de ellos volvieron el primer fin de semana. Miguel se apresuró a echarnos de la habitación, veía a todos esos chicos y quería ya formar parte del grupo que se conocían y saludaban alegremente. La primera cena le gustó mucho, espero que no lo dijese sólo por tenernos tranquilos. En el último curso de bachiller y con los nervios del examen de acceso a la Universidad se le había cerrado el estómago y apenas comía. Estabamos en contacto todos los días gracias al whatsapp. Todo era nuevo, los compañeros, la habitación, los estudios, la ciudad… y aun así lo veía contento, excitado con tanta novedad, ilusionado con el cambio. El segundo curso se bachiller había sido muy duro, estudiaba sin descanso para conseguir la nota deseada que no llegó por unas centésimas, que injusto para una persona joven el jugarse su futuro así. Eso fue lo que nos llevó a enviarlo fuera de casa, recompensar su esfuerzo, cosa que el sistema educativo español fue incapaz de hacer. Algunos profesores les intentaron asustar los primeros días, infundirles dudas para que abandonasen los que no estuviesen muy convencidos de la carrera elegida. Son cosas que pasan, ya irán aprendiendo a defenderse en un mundo hostil. Ya había hecho dos amigos en la residencia y me decía que salían de noche, que no me preocupase que era la primera semana y que era por las novatadas, que a la siguiente semana ya se ponía las pilas y estudiaría. Miguel es el pequeño y, aun así, siempre ha sido muy responsable, por eso no le di importancia. Aunque yo no se lo pedí, me ponía cada día un mensaje en el momento en que entraba a la residencia, el primer día a las tres de la madrugada, el segundo un poco más tarde… “Miguel, ¿no duermes nada?”, le dije. El me tranquilizó, “Ya sabes que no necesito dormir mucho, me tomo un café a media mañana y listo”. Bueno, es sólo una semana, pensé. El jueves sabía que era la noche más festiva porque el viernes los estudiantes se van a sus casas para pasar el fin de semana. Me desperté el viernes para ir a trabajar y no tenía mensajes de Miguel en el móvil. Una intranquilidad me recorrió el cuerpo. No quería despertarlo antes de la hora, así que esperé un poco para llamarlo. Cuando marqué el número la vocecita me contestó que el móvil estaba apagado o fuera de cobertura. Esperé un poco más y llamé a la residencia en el momento en que se suponía que debían de estar desayunando. Miguel no estaba en el comedor. Les pedí por favor que mirasen en la habitación, se resistieron un poco y al final fueron a mirar. Miguel no había dormido en su cama. Desperté a mi marido y llamé a la oficina para decir que me iba a ausentar. Salimos a toda velocidad. El corazón se me salía del pecho, pensaba en lo peor, es inevitable, se trata de anticipar lo que esperas que no haya ocurrido. Al llegar a la residencia el director estaba esperándonos. Nos hizo pasar a su despacho y nos tranquilizó diciendo que Miguel estaba bien, que había tenido un pequeño accidente.
Sabía que no tenía que salir, estaba agotado después de tres noches sin dormir apenas, pero era la noche del novato y si no participaba no podría ir a la cena del novato donde me convertirían en veterano. Además todos mis compañeros novatos iban. Picaron a la puerta, abrí. “Usted novato, a la fila”. Al chico que estaba a mi lado le echaron un yogur por la cabeza por no haber salido el día anterior cuando lo llamaron a la fila, luego le pusieron un gorro de plástico y debería pasearse así por la ciudad. Salimos los novatos con los veteranos de la residencia, el conserje nos saludó con una sonrisa burlona. Al llegar a la plaza del centro unos veteranos aparecieron cargados con bolsas llenas de bebidas alcohólicas. Uno de ellos sacó un embudo grande y se lo colocó en la boca a su novato, yo intenté mirar al frente para no ponerme nervioso. Uno a uno los veteranos iban echando alcohol en el gaznate de su novato. Los había que no se pasaban pero yo no tuve tanta suerte. Cuando terminaron todo el alcohol nos pusieron a dar vueltas corriendo por la plaza, íbamos dando tumbos por la borrachera. Yo empecé a marearme y lo último que recuerdo es abrir los ojos y ver a dos chicas de mi facultad.
Yo no creía lo que el director nos había contado. Camino del hospital creí que mi hijo iba a estar en coma o terriblemente herido, de nuevo anticipando lo que no querría por nada del mundo que ocurriese. El médico que nos atendió fue amable, seguro que él también tiene un hijo o una hija estudiando fuera de casa. Miguel se había roto el tobillo corriendo, había permanecido solo, tumbado en el suelo, en estado de embriaguez durante un largo rato, hasta que dos chicas que lo conocían de vista lo vieron y llamaron a una ambulancia. Mi hijo tiene que permanecer con el pie inmovilizado unos meses, no creo que este año pueda cursar todas las asignaturas, pero ahora lo importante es que se ponga bien.
 

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