CONFLICTO EN LA OFICINA

                                                                    

                                                                                  Viñeta de Forges

A la hora de establecer quién tiene más conflictos en el trabajo uno siempre cree que se lleva la palma. Hace unos años compartía piso en Madrid con una enfermera, un empleado de banca y una profesora. Cuando nos sentábamos en el salón a contar anécdotas del trabajo, la que siempre ganaba en originalidad era la enfermera, y es que los hospitales dan para mucho a la hora del cotilleo. Tengo una amiga que pasó de trabajar en un hospital a una oficina de la Consejería y dice aburrirse mortalmente porque allí nunca pasa nada. Una de las muchas anécdotas que recuerdo de las que nos contaba mi compañera enfermera ocurrió cuando la señora de la limpieza entró en el despacho de un médico y este estaba no demasiado vestido junto a una MIR con no demasiada ropa, la reacción de él fue ponerse a hacer gimnasia, cosa que se supo en todo el hospital al día siguiente. Contra eso no podíamos ganar con ninguna de nuestras historias. Sin embargo, a la hora de establecer quien tenía más problemas en su centro de trabajo todos teníamos buenos argumentos para ser el primero. Ser profesor y bregar con alumnos se las trae, lo del hospital ya digo que da para mucha anécdota, pero también para mucho conflicto, y el que siempre se llevaba la peor parte era el empleado de banca. Ninguno le quería reconocer que su trabajo de oficina pudiese ser tan problemático. Ahí yo tenía que romper una lanza por él, y tenía motivos suficientes para hacerlo. Por aquel entonces yo trabajaba de profesora, pero anteriormente había trabajado en una oficina y, francamente, prefería mil veces pelear con alumnos que con compañeros de oficina. Yo conocía perfectamente lo que es estar hora tras hora compartiendo habitáculo con múltiples egos. Trabajar en una oficina con muchas personas es volver a la escuela. Un trabajo que, en teoría, debería desenvolverse de un modo impersonal, porque los papeles o el ordenador no dan para más, se desempeña de un modo emocional. En la oficina cada cual establece quien le cae bien o mal, igual que los niños en el colegio, y lleva eso hasta sus últimas consecuencias. Todos quieren ser más que el que se sienta al lado, pero nunca trabajar más. El control es otro de los grandes problemas del trabajo en oficina, la mayoría se empeña en controlar lo que hace el de al lado, en vez de preocuparse de sus asuntos. Ser jefe es algo a lo que solo unos pocos elegidos han aprendido. La mayoría no tienen ni idea de lo que es liderar un equipo y asumen su papel como si fuesen maestros de escuela (es la única referencia de la que todos disponemos), guiando a sus alumnos pasito a pasito. Yo que había vivido todo esto, no tenía más remedio que ponerme de parte del oficinista, cosa que no dejaba de ser sorprendente, porque entre nuestras oficinas existía mucha distancia y ni siquiera eran del mismo ramo. Aun así, me identificaba con todo lo que contaba mi compañero de piso, e intentaba hacer ver al resto que la claustrofobia que sufres cuando estos comportamientos son llevados al límite te produce una ansiedad sin fin. Reconozco que al final siempre acabábamos contando las peleas que teníamos para subir o bajar el termostato de la calefacción o del aire acondicionado, pero eso ya lo contó Forges que de oficinas sabía un rato.
Resulta curioso que el trabajo de oficina sea tan inhóspito porque visto desde fuera es de los pocos que no exige una excesiva interactuación. Lo que saco en conclusión es que a la humanidad nos gusta complicarnos la vida inútilmente y, por lo general, no tratamos a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros, lo que lleva a dificultar la convivencia en cualquier ámbito laboral.

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