Y DUNA LLEGÓ A NUESTRAS VIDAS

¿Quién no ha querido tener un perro de niño? Yo he seguido manteniendo esa ilusión de la infancia, y ya pasada la cincuentena seguía pidiendo un perro por mi cumpleaños. La mayor parte de las personas ven todas las responsabilidades y ocupaciones que conlleva tener un miembro más en la familia, supongo que por eso nunca recibía el tan deseado regalo. Hace un año empecé a darle vueltas y llegué a la conclusión de que si había criado dos hijas a la vez que trabajaba, ¿cómo no iba a ser capaz de cuidar de otro ser vivo que ni siquiera requería tanta atención? Supongo que tenía el síndrome del nido vacío. Empecé a visitar páginas de albergues de animales abandonados y siempre había una carita que me enamoraba. Con ilusión enseñaba la foto a los de casa, pero no parecía que mi entusiasmo por adoptar un perro se viese compartido. Llegó un momento en que comencé a llamar preguntando por este o aquel can, y siempre se me había adelantado alguien, el perro en cuestión ya había sido adoptado. Mientras tanto solía cruzarme con una amiga que paseaba con su sabueso, es una perrita de largas orejas que lo único que quiere es correr hacía las terrazas y mirar fijamente a la gente para ver si le cae algún bocado. Fue esta amiga la que me recomendó algunos albergues en los que hay sabuesos abandonados por los cazadores. Entré en la página web de uno de ellos “Adopta en los Abedules” y vi un sabueso precioso, me enamoré de él y solicité su adopción. Tardaron bastante en contestarme, por lo que yo creía que otra vez había llegado tarde, pero fue aún peor, me dijeron que ese no era perro para una primeriza como yo. En ese momento pensé en tirar la toalla, pero un rayo de esperanza surgió cuando me sugirieron que igual entraba una perrita que podría encajarme. Pasaron un par de semanas y no tuve más noticias.
Un día mientras echaba pestes contra unas amigas que me habían dado plantón, recibí una llamada de “Los Abedules”, la perrita de la que me hablaron había entrado en el albergue. Cuando lo dije en casa no tiraron voladores precisamente, pero por una vez no hice ni caso. Íbamos a buscarla al siguiente fin de semana a doscientos kilómetros de casa, había que prepararse para el viaje. Compré un arnés para llevarla en el coche y una manta para que no llenara el asiento de pelos. Tuve la suerte de tener una compañera de trabajo que tiene dos pastores alemanes y cada día desayunábamos juntas mientras me informaba de todo lo que necesitaba. Acondicionar la casa para la nueva inquilina me trajo recuerdos de cuando compré el serón para mis bebés, compré una cama de perro (que luego resultó pequeña) para el salón y una colchoneta para la cocina, así podría estar con nosotros en todo momento, a los perros les gusta estar acompañados. A lo largo de esa semana leí y escuché a quien tenía perro para así saber lo que tenía que hacer en todo momento. Plato para la comida y el agua, peine Furminator, hueso Kong… ya sé que toda la vida se han tenido perros y no se andaban con tanta tontería, pero francamente algunos de estos utensilios facilitan mucho la vida de la mascota en el piso. Me pasaron un blog sobre los mejores piensos naturales para perro, aquello era como un tomo de una enciclopedia, no importaba, me lo leí buscando el mejor alimento para mi perrita, en casa cuidamos mucho la alimentación.
Llegó el gran momento, un día lluvioso de agosto en el que pusimos el GPS rumbo a “Los Abedules”. Los ladridos de los perros se oían según nos acercábamos. Abrieron la jaula y allí estaba, pegada a la persona que la alimentaba. Yo me quedé un poco en shock, era mucho más grande de lo que esperaba. Me dieron la correa para que le diese un paseo y, francamente, pensé que mi espalda, ya tocada de tanto trabajar con el ordenador, no iba a resistir aquella fuerza, pues tiraba sin cesar para seguir a la fuente de su alimento. Nos hicimos la foto de rigor para el Facebook del albergue y tengo que decir que nunca he salido tan bien en ninguna instantánea, era mi gran momento.

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