LA CONFUSIÓN GENERA EMPLEO


Hace unos años al padre de un amigo que tenía una empresa le iban mal las cosas y entró en concurso de acreedores. El estrés de la situación minó la salud del buen hombre que murió de un infarto, por lo que sus hijos tuvieron que hacerse cargo de la empresa. Cuando cogieron las riendas había cerca de una veintena de empleados en las oficinas. A día de hoy, la misma empresa va de maravilla con sólo dos empleados de oficina y manteniendo al resto de personal, lo que demuestra que lo importante son las decisiones tomadas y que no por tener más gente trabajando las cosas van a ir mejor.
Según el principio de Hoffstedt sobre el empleo: “La confusión genera empleo”. Si entramos en una fábrica, podemos comprobar que cada uno de los trabajadores tiene sus funciones bien definidas.  En cambio, si nos pasamos por según que oficinas, nos llama la atención ver a sus habitantes en una pose que varía de “no sé que demonios hago aquí” a “estoy a tope de trabajo”, y todo en un mismo cubículo. El trabajo fluye sin orden ni concierto y la desorganización reina en muchas oficinas. La confusión en un equipo de trabajo tiene mucho que ver con una concepción desordenada del medio por parte del que lo dirige. Tener una mente ordenada y dirigir a un grupo de personas no está al alcance de cualquiera. Puede ser que un individuo con capacidad para ponerse una meta individual y alcanzarla sea incapaz de crear el entorno de trabajo necesario para la consecución de los objetivos colectivos. Ante la confusión reinante se puede llegar a creer que emplear a más trabajadores a los que dar órdenes sea la solución. Más gente más desorden. Es lo contrario de la eficiencia, cada uno sabe lo que tiene que hacer y lo hace.
El que fuera presidente de España José Luis Rodríguez Zapatero fue increíblemente hábil para llegar tan alto con tan poco. Os recomiendo leer el libro del periodista José García Abad “El Maquiavelo de León”. Una vez al frente del Poder Ejecutivo, este parecía un barco sin timón, lo que era evidente para todos nosotros. Zapatero llegó a emplear 656 asesores, lo que nos da una idea del grado de confusión que tenía.

IBA PARA ALEMANA...

Los españoles no somos muy diferentes al resto de europeos en nuestro proceder cotidiano, al igual que ellos madrugamos, acudimos puntuales al trabajo, pagamos impuestos, cuidamos de nuestra familia y, además, nos divertimos mucho más en nuestro tiempo libre, porque somos más sociables y disfrutones por naturaleza. En lo que no nos parecemos a nuestros vecinos de Europa es en la eficiencia a la hora de trabajar. "Iba para alemana y me quedé en murciana"- me dice una compañera de trabajo, con el salero que tienen los del sur. Es una de esas gracias que son medio en broma medio en serio. En contra de la fama que tenemos, los españoles somos muy trabajadores, pero de nada sirve tanto trabajo dentro de organizaciones mal gestionadas que es con lo que nos encontramos la mayor parte de nosotros. "Un amigo vasco trabaja en una empresa de informática en la que no existen jefes, cada uno es responsable de su trabajo"- me asegura otra compañera. El que es productivo de por sí, mira con ojos anhelantes esos otros lugares en los que parece que sí han encontrado la manera de producir en un entorno amable y eficiente, con nuevos métodos de organización y con una gestión racional del tiempo de trabajo. Mientras tanto, la mayor parte de nosotros seguimos anclados en el siglo XX, con horas extras a dolor, jefes que sólo saben decir "esto es como lo digo yo por cojones", horarios que impiden conciliar la vida laboral y familiar, marginación de la mujer en los puestos de mando... Y es triste, porque como mi compañera, a mí me prepararon para ser alemana y me quedé en asturiana. De nada sirve que preparemos a nuestros jóvenes para el futuro si con lo que se van a encontrar al comenzar a trabajar es con una estructura arcaica, anclada en un pasado, que aplasta toda posibilidad de innovación que la juventud podría aportar a la organización. Salvo esos privilegiados que logren trabajar en un puñado de empresas, generalmente extranjeras, que están en nuestro país y han sabido evolucionar en su organización del trabajo, al resto de jóvenes españoles les espera la frustración que supone retroceder en el tiempo al cruzar la puerta de entrada al mundo laboral. Y allí, vigilados desde su despacho por un jefe que aún cree que dar ordenes es organizar el trabajo, verán como sus grandes ideas se marchitan, porque los que llevan las riendas de la empresa no se ha preocupado en entender que los tiempos han cambiado.

EL PRINCIPIO DE PETER

                            

Hay una frase hecha que dice: “Todo está inventado” y resulta que así es. En 1960 el catedrático de Ciencias de la Educación Laurence J. Peter enunció un principio según el cual: "En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia".

Según este principio en una organización aquellos que ascienden lo hacen hasta un puesto que no son competentes para desarrollar. A parte de este descubrimiento genial, este pedagogo hizo otras deducciones acertadas, por ejemplo, que si los centros de trabajo siguen funcionando es porque el trabajo es realizado por aquellos empleados que, afortunadamente, no han alcanzado aún su nivel de incompetencia.

Existen algunos indicios que te pueden ayudar a saber si el principio de Peter está teniendo lugar en tu organización, basta con que observes atentamente:

- A un empleado se le asciende a un puesto que antes no existía y nadie conoce realmente lo que hace en su nuevo puesto.

- Los empleados no resuelven los problemas que se plantean, sino que siguen aplicando las mismas normas y procedimientos de un modo estricto una y otra vez. Esto tiene lugar porque su superior ya está en su nivel de incompetencia y es incapaz de valorar el trabajo útil realizado.

- Un empleado que está ya instalado en su nivel de incompetencia recibe muchas llamadas, está en comunicación permanente con colegas y subordinados, pero realmente no está haciendo nada productivo.

- Otra señal inequívoca es el acumular muchos papeles sobre la mesa y el tiempo que dedica a ordenar dichos papeles.

- Si un mando intermedio delega las decisiones en los subordinados o las traslada a sus superiores.

- Si se establecen directrices incongruentes para despistar a los subordinados y a su vez la misma persona acata las ordenes a rajatabla de sus superiores, importándole un bledo si tienen o no que ver con la correcta realización del trabajo.

- Se incrementa el personal que asiste al nuevo jefe, medida inevitable para hacer frente a la incompetencia de un superior jerárquico.

- El que ha ascendido ¿es aquel que obedece siempre?¿es alguien que nunca decide por si mismo?

 He aquí algunas pistas que os llevarán a deducir si vuestro superior ha llegado ya a su nivel de incompetencia. Si no es así, no bajéis la guardia, un empleado no se suele contentar con estar en su nivel de competencia, hará lo que esté en su mano para seguir ascendiendo en la jerarquía y llegar así a su nivel de incompetencia.  No hay que olvidarse que una persona que en algún momento fue competente en su puesto puede ascender a otro puesto en el que resulte competente también, pero tarde o temprano llegará a ese nivel en el que resultará totalmente incompetente. 

Así es, la incompetencia nos rodea allá donde vamos. Lawrence J. Peter encontró hace más de 50 años el motivo, las organizaciones se rigen por el principio que lleva su nombre para aupar a sus empleados hasta la incompetencia. ¿Alguna vez han visto a alguien que descienda? Eso no suele ocurrir, a pesar de que uno mismo reconozca su incapacidad para desarrollar un trabajo, el dinero y el estatus pesan demasiado como para renunciar. Es cierto que el mantenerse ahí arriba puede llegar a amargarte. Los que antes eran tus compañeros del alma murmuran ahora sobre ti ya que recelan. La única solución es seguir escalando y hacerte cada vez más incompetente, para ello ya no queda otra opción que utilizar tu propia necedad que te ha sido tan útil, seguir obedeciendo a toda costa y mimetizarte con la organización que te aupará de nuevo gracias a esa misma necedad. 

Y sobre todo hay que tener presente que el que se encarga de decidir quién asciende está ya en su nivel de incompetencia y, por lo tanto, el criterio utilizado es que la jerarquía se siga manteniendo, vamos, lo que viene siendo “cumplir el tramite”. Entra aquí en juego otro personaje, el supercompetente, el que sabe hacer de todo y bien, este es una autentico peligro para la jerarquía. El incompetente no es peligroso, siempre va a mirar por la jerarquía que lo aupó, sin embargo el supercompetente puede que en su afán por hacer bien las cosas mire por el servicio y no por la estructura, lo que resulta sumamente peligroso.
En definitiva y dado que el principio de Peter se da en todas las organizaciones, si usted quiere ascender olvídese de hacer bien las cosas, haga solamente lo que sus superiores esperan de usted y así conseguirá ese anhelado ascenso. ¡Buena suerte!

TRABAJOS DE MIERDA

                                    

 

El 50% de la población tenemos trabajos de mierda. Esta afirmación que parece sacada de una charla de bar, la hace uno de los antropólogos más prestigiosos en la actualidad, David Graeber. Este profesor de la London School of Economics define así las tareas inútiles que realizamos siendo conscientes de ello. ¿Alguna vez has oído quejarse a un profesor o a un médico del volumen de formularios que deben rellenar? Aunque dichos profesionales estén bien pagados y desarrollando su vocación, el hecho de tener que realizar un montón de tareas inútiles y a las que encuentran poca relación con su cometido, dar clase o ver enfermos, les hace sentir que tienen un trabajo de mierda.

Si ya en el siglo pasado Keynes auguraba que hoy en día disfrutaríamos de una jornada laboral de 15 horas semanales, ¿cómo hemos podido llegar a este punto? Muy sencillo, se necesita un sistema ineficiente porque así es más fácil desviar los recursos disponibles hacia intereses particulares. El desarrollo tecnológico ha sido espectacular en los últimos años y, aun así, estamos cada vez más ocupados. Las máquinas nos han ido relevando de trabajos esenciales y, a cambio, lo que hemos obtenido son más tareas inútiles. En 2017, cuatro millones y medio de españoles estuvieron de baja laboral por enfermedad común, no es de extrañar, el estar atrapado en una prisión de trabajo sin fin enferma a cualquiera.

 

SOLO ES UN INCOMPETENTE

                                  

"Llega de los primeros y se va de los últimos. Siempre parece estar atareadísimo, gesticula y suele lamentarse de la enorme carga de trabajo que soporta y de la poca ayuda que recibe. Deambula por la oficina con paso nervioso y un manojo de papeles bajo el brazo, y oyéndole hablar, se diría que el futuro de la empresa recae exclusivamente sobre sus hombros. Y así se lo contará con todo lujo de detalles, a quien quiera escucharle durante las muchas pausas para fumar o tomar un café a lo largo del día. Eso sí, en cuestión de productividad, sus números dejan bastante que desear."
Lo anterior lo escribe Ramón Oliver en el suplemento dominical Negocios, pero lo podríamos haber contado muchos de los españoles que a diario trabajamos en una oficina. Las oficinas son un ecosistema propicio para este especimen, porque con eso de que hago una llamada, leo los correos electrónicos o tengo una reunión, siempre existe una buena excusa para escaquearse del trabajo auténtico. Algo que también caracteriza al presentista es que nunca hace lo que le toca, para eso están sus compañeros que tienen que asumir una carga de trabajo adicional que no les corresponde.
El problema es de España como ya señalé con cifras en otra ocasión (ver Recursos Humanos-Presentismo) pero también es de organizaciones concretas.  Existen casos perdidos y son aquellos para los que su vida es el trabajo, que es donde son felices, y para los que estar con su familia dos horas en la playa es agotador. Estos son casos puntuales. El verdadero problema surge cuando es la propia organización la que promueve el presentismo como un modelo a seguir y crea con ello un sistema de trabajo donde impera la ley del mínimo esfuerzo. Hay que tener en cuenta que previamente ha habido unos factores desencadenantes (exceso de carga de trabajo, falta de recursos...) y que una vez que se dan, si la dirección no cumple con su cometido realizando una adecuada distribución de las tareas de trabajo, el caldo de cultivo para que aparezca el presentista está hecho. Dar zancadas con los papeles bajo el brazo bufando sobre todo lo que hay que hacer sin llegar a hacerlo y permanecer más allá de la hora de finalizar la jornada y seguir sin hacerlo es su manera de proceder. La Dirección que primero fue incapaz de organizar las tareas ve al presentista con buenos ojos. Los jefes son presentistas vocacionales, ellos permanecen en el centro de trabajo, generalmente reunidos, hasta mucho después de que el resto de trabajadores se hayan ido a sus casas. También es cierto que al día siguiente no entran a la misma hora que el resto del personal, se pueden permitir llegar más tarde que para eso son los jefes. Sin embargo el presentista entra puntual a pesar de haberse quedado hasta más tarde y eso, a ojos de sus jefes, le honra. Las consecuencias ya están dichas, más carga de trabajo para el que quiere salir a su hora y, en cambio, al que se va a premiar, probablemente con un ascenso, será al que estuvo escaqueandose, pero eso sí, muchas horas.
Nada de esto pasaría si en España sucediese como en Alemania donde un trabajador que sale más tarde de lo que marca su horario laboral es visto como UN INCOMPETENTE. Como señala Ramón Oliver: “hacer lo que toca en el tiempo que toca es un indicador de que se tienen amplias competencias profesionales”.

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