EL CLIENTE SIEMPRE TIENE LA RAZÓN



Voy al supermercado a comprar doscientos gramos de jamón serrano para hacer unos bocadillos. Cuando llego a casa y abro el paquete veo que han cortado las lonchas del grosor de un solomillo. Vuelvo al supermercado y se lo indico a la charcutera que me responde que tenía que haberlo dicho en el momento, a lo que le respondo que no lo vi y que doy por supuesto que el jamón serrano se corta fino, a no ser que se pida jamón para hacer tacos. Nos enzarzamos un buen rato y al final, viendo que no me va a cambiar el jamón, le digo que llame a la encargada. Espero por ella más de diez minutos y cuando viene se reafirma en que me voy a tener que comer el jamón con cuchillo y tenedor. No acabo de entender tantas reticencias por docientos gramos de jamón mal cortado y le pido a la encargada el libro de reclamaciones, a lo que me contesta que me van a cambiar el jamón, cosa que deberían de haber hecho a la mínima insinuación por parte del cliente. Pues la cosa no termina ahí, y tengo que aguantar como la charcutera refunfuña ofendida mientras corta bien el jamón, y todo por tener que dar la razón al cliente. Salgo del supermercado de muy mal humor y corro a casa porque estoy pendiente de que me vengan a cambiar el rooter del teléfono. Cuando llego al portal el instalador ya esta esperando por mí y me deshago en disculpas, a lo que él le quita importancia con una sonrisa. Al terminar su trabajo, que realiza impecablemente, me indica que me van a llamar para que puntúe su labor y me ruega que no le ponga un 10 porque a menudo lo confunden con un 0, así que si no me importa le ponga un 9.
Puede parecer injusto que el trabajo de los empleados en el sector servicios dependa de la valoración de los clientes. Las empresas para las que trabajan ponen a nuestra disposición esta herramienta para valorar si han cumplido diligentemente y con amabilidad a nuestras necesidades. A mí personalmente me parece bien esta medida, ya que a lo largo de mi vida me he encontrado a menudo con un trato incorrecto por parte de los empleados en comercios, bares, oficinas, centros de salud, etc. La correcta atención al público es una asignatura pendiente en nuestro país. Hace años tuve la oportunidad de vivir en EEUU y me llamó poderosamente la atención esa sonrisa permanente con la que me atendía cualquier empleado. Como se puede ver en las películas, todos llevan una tarjeta identificativa en la solapa, lo que es una manera de indicarte que ante cualquier problema sabes a quien dirigirte y que ese empleado se responsabilizará personalmente del trato recibido. Los que trabajan de cara al público en España a menudo te hacen sentir como si te estuviesen haciendo un favor o como si tuvieses que pedir perdón por haberles molestado al atenderte. En múltiples ocasiones te reciben con malos gestos y malas formas, que a mí personalmente me ha llevado a pedir el libro de reclamaciones en más de una ocasión. La medida de valorar el servicio en EEUU resultaría innecesaria, porque en ese país el principio que dicta: El cliente siempre tiene la razón está grabado a fuego. Si aquí hemos llegado a la necesidad de valorar un servicio ha sido para hacer ver a aquellos que trabajan de cara al público que si estás atendiendo a gente no te puedes dejar llevar por tu estado de ánimo ni por tus manías personales. En ocasiones los posibles clientes resultamos insufribles y de eso se trata el trabajo del personal en el sector servicios, de intentar obviar el carácter de la persona que tienes enfrente y ofrecer tu mejor sonrisa, porque el cliente no es tu amigo ni tu enemigo, es simplemente trabajo. El atender al publico conlleva el ser amable y un trato cordial, guste o no, es parte del trabajo a realizar, y este principio debería estar presente en los jóvenes a la hora de elegir una profesión.

EL VALOR DE LA EXPERIENCIA

                                                      
Toda España sigue ansiosa el rescate de un niño de dos años que se escurrió por un estrecho tunel cavado en el suelo. Desde el principio, se han puesto todos los medios humanos y materiales al servicio de los rescatadores. En Asturias vivimos con mayor emoción aún si cabe la espera, sabiendo que son nuestros mineros los que esperan a que terminen el tunel paralelo al que se encuentra el niño, para entrar a cavar manualmente un paso horizontal que les permita salvar al pequeño. Nos emociona porque sabemos la experiencia que ellos tienen en el rescate de otros compañeros sepultados por toneladas de roca. La mina en Asturias ha sufrido en muchas ocasiones la espera angustiosa de familiares, que contienen el aliento a la espera de noticias alentadoras sobre los que allí abajo yacen sepultados en vida. Esperemos que nuestros mineros puedan traer a la superficie al pequeño Julen.

LA INTIMIDAD


En el programa de TV “Sálvame” invitan a diversas personas que a cambio de dinero cuentan sus intimidades. En ocasiones el tema es una posible novia o novio. Otras veces, supongo que a cambio de sumas mayores de dinero, el asunto a tratar es mucho más íntimo, como puede ser el tamaño de los genitales o la postura en la que mantenían relaciones sexuales. En el extremo opuesto están personas a las que sacan en los medios, en contra de su voluntad, aireando con quién salen, enfermedades que padecen, problemas maritales... Los asiduos a “Sálvame” son gente que no tiene nada que ofrecer como no sea su intimidad,  así que comercian con ella para obtener unos ingresos. Son algo así como los gitanos que hace años se paseaban por las calles con una cabra a la que hacían saltar, se ganaban la vida con la cabra puesto que no tenían otra cosa. La intimidad para algunos es lo mismo que esa cabra.
Entre los que salen en los medios en contra de su voluntad hay dos grupos, los que lo padecen porque creen que les están robando algo muy suyo, la intimidad, y los que lo sufren porque en algún momento han comerciado con sus asuntos personales y no soportan que alguien se lleve lo que consideran que les pertenece, el dinero en el que valoran sus cotidianidades.
Tenemos claro que la intimidad es algo por lo que a la gente les gusta rasgarse las vestiduras, y, aun así, es algo que se compra y se vende a diario. No nos extraña y además, nos divierte oír según que cosas, nos evade de nuestros problemas diarios y nos alegra el no llevar alguna que otra vida. El problema es que estamos tan acostumbrados a que otros aireen sus asuntos, que nos creemos con derecho a inmiscuirnos en vidas ajenas. No nos sorprende que en los noticiarios salgan personas muriéndose con la cámara a solo unos pasos de la escena. Vemos normal que algunas ONG nos pongan anuncios para recaudar dinero en los que niños se  mueren de hambre, ¿Alguien pregunta alguna vez a estos moribundos si desean salir en los medios? Acaso ¿alguien les paga por su imagen?, ¿Puede haber algo más íntimo que morirse? Nos reímos y lloramos con la intimidad ajena, ¿dónde está el límite?

Additional information